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  • Writer's pictureRini Hernandez

Las Medias Blancas

Updated: Apr 14, 2023


En la Cuba Comunista de los años 60 todo era posible. El absurdo era parte de la cotidianeidad. El sin sentido era el pan nuestro de cada día. Lo grotesco se hizo tan visible en nuestro diario vivir que ya casi pasaba inadvertido. Las exigencias irracionales en nombre de la lealtad al fidelismo eran tan frecuentes que ya las extrañábamos cuando no aparecían por varios días. Así eran las cosas en el Macondo caribeño.

Cuando llegué a la Escuela Secundaria Básica "Antonio Guiteras" en 17 y 12, en el Vedado corría el siniestro y tumultuoso año de 1970: el año de la Zafra de los 10 millones con su consigna: "Y de que van, van." Y nunca fueron. Se produjo el fracaso del Cordón de La Habana, un desastroso plan de plantar café caturra alrededor de toda la ciudad capital con la promesa de que produciría suficiente café para el consumo interno y quedaría un sobrante aún para exportar. El café no se adaptó al trópico.


Los autos Alfa Romeo corrían por La Habana como taxis en un derroche fanfarroneado de absurdo lujo en un país miserable, tan miserable que mis zapatos estaban rotos y descosidos sin lugar donde repararlos o comprar otros nuevos. Tan miserable que mi pantalón carmelita de ir a la Iglesia los domingos tenía un parche en el fondillo de un color similar, pero no igual. Era bien notable, y me obligaba a ponerme las camisas largas y por fuera para encubrir lo miserable de mi vestir, sin posibilidades de adquirir otro. Vivíamos bajo la férrea dictadura de una Libreta de Productos Industriales donde te tocaba o un pantalón o una camisa al año, si había. Ya les dije: el absurdo.

Mi pobre madre, mientras que mi padre cumplía 6 años de prisión por ser un destacado líder laico cristiano (Secretario de la Primera Conferencia General donde se eligió a nuestro Obispo Armando A. Rodriguez Borges como el Primer Obispo Metodista Cubano; uno de los autores del Primer Libro de Disciplina De la Iglesia Metodista en Cuba, Presidente Conferencial de los Hombres y uno de los Primeros Presbíteros Locales (Laicos) que existieron en Cuba. Qué paréntesis tan largo!), trató de coserme los zapatos con una vieja y herrumbrosa aguja de zapatero que encontró no sé donde. Y mientras remendaba mi zapato, se pinchó con la aguja oxidada que le entró profundo en uno de sus dedos. A los pocos días mi madre debutaba con una fiebre pegajosa y creciente, que nos hacía pensar en la posibilidad de que tuviera tétanos. Había con toda urgencia que conseguir una dosis del llamado "toxoide tetánico" en el algún lugar de aquella Habana de grandes escaseces y miserias. La vacuna no aparecía. Fuimos a varios hospitales. No había. Visitamos varias farmacias. No había. Nos orientaron que comenzáramos a llamar a todos los hospitales de La Habana. Mi papá estaba preso, y mi mamá con fiebre alta. Yo, con 12 años de edad, agarré la vieja Guía Telefónica de La Habana y comencé a llamar a un hospital tras otro. No aparecía la vacuna. Mientras tanto, mi mamá seguía empeorando, cada vez con una fiebre más alta, desmadejada, casi sin comer. Recuerdo que yo oraba: "Señor, mi papá está preso. Por favor, que no se me vaya a morir mi mamá."


Finalmente Dios, como siempre, hizo el milagro. Cuando llamé a un pequeño hospital que se llamaba "Maria Curie", creo que quedaba en Guanabacoa, me dijeron que tenían una dosis de la vacuna. Y parece que por lástima, al escuchar mi voz de niño desesperado de 12 años, un alma caritativa me prometió que me la iban a reservar, pero que tenía que buscar cómo llevar a mi mamá hasta ese lugar tan alejado. Conseguir un "carro de alquiler", de los anaranjados del ANCHAR en aquella época era un acto heroico. Para hacer un viaje del Vedado a Guanabacoa ida y vuelta, mucho más. Ya no recuerdo todos los detalles, pero como Dios envía sus ángeles que guarden a sus hijos en todos sus caminos, un ángel con carro anaranjado nos llevó, esperó que a mi mamá le pusieran la vacuna, y nos trajo de regreso. Mi mamá no se me murió de esa. Gloria a Dios!

Volviendo a los zapatos rotos, hay que hablar también de las medias. Era un milagro neotestamentario tener un decente par de medias en la Cuba Socialista de Patria o Muerte. Mis medias todas eran más grandes que mi talla, porque creo que habían sido primero de mi papá. De doblarlas en la punta para ajustarlas a la talla de mi pie, comenzaron a abrírseles huecos. Los dos o tres pares de medias que tenía ostentaban las huellas de la batalla por el socialismo. Una vez estaba en una recreación de mi grupo de jóvenes y había que quitarse los zapatos. Mis pobres medias ahuecadas vieron la luz del día y la risa general fue inevitable. Pues al glorioso y atinado Director de la Secundaria se le ocurrió decir en un Matutino (muela de adoctrinamiento comunista al que nadie le prestaba atención) que todos los estudiantes teníamos que comenzaron a asistir a la escuela con completo uniforme (camisa blanca y pantalón azul) y CON MEDIAS BLANCAS. Exigir MEDIAS BLANCAS en la Cuba heroica y revolucionaria de 1970 era peor que pedirle a los taínos que buscaran oro para los españoles. Era comparable a una de las hazañas de Hércules. Quedé tan molesto y desorientado ante la insólita demanda que en medio del matutino escapó de mi boca una frase que equivalía a sentencia de muerte: "Y DE DÓNDE VAMOS A SACAR MEDIAS BLANCAS?" con tan mala suerte que el compañero alfabetizador del Escambray, de las Brigadas Conrado Benītez, me escuchó. Y ni corto ni perezoso utilizó su micrófono estalinista para increparme: "Oigan eso, pero miren quién se ha quejado. El contrarrevolucionario más grande que hay en esta escuela." Por supuesto, lo de contrarrevolucionario era por ser cristiano. Mi fe en Cristo automáticamente calificaba como contrarrevolución. Y siguió adelante implacable el asiduo lector del Manifiesto Comunista: "Mañana a las 8 de la mañana, usted va a ser el primero que va a entrar a este patio a la hora del matutino CON SUS MEDIAS BLANCAS." Una vez más fui el hazmerreir de la Secundaria gracias a la siniestra campaña de descrédito público con la que se atacaba a un niño cristiano de 12 años por el delito de confesar sin temor su fe en Jesucristo.

En esa Cuba Revolucionaria no se tenía misericordia ni de los niños. O estabas con Fidel, o eras contrarrevolucionario. O jurabas ser como el Che, o estabas condenado a no ser nadie.

Pero mi confesión de fe delante de los hombres mereció que Cristo me confesara como su amado hijo delante del Trono del Padre. Nunca Dios nos dejó en vergüenza ni nos desamparó. No recuerdo ya como, pero al día siguiente estaba yo en el matutino con unas medias blancas (o medio blancas) y con huecos en el calcañar que se me veían por fuera del zapato, pero había cumplido heroicamente la misión encomendada por nuestro glorioso Comandante en Jefe.


Niños que vestían medias blancas como parte de su uniforme escolar en la Cuba de 1970! Lo dicho: una exigencia irracional y desmedida, como han hecho y continúan haciendo todavía, increíblemente, 63 años después. Lo mejor de todo, es que Dios siempre estuvo, está y estará con nosotros, y con todo su pueblo fiel que le sirve con humildad y verdadera entrega. Somos más que vencedores por medio de Cristo.


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